El niño by Fernando Aramburu

El niño by Fernando Aramburu

autor:Fernando Aramburu [Aramburu, Fernando]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2024-04-03T00:00:00+00:00


EL Nuco ¿cómo iba a acordarse del pez si solo tenía tres años cuando lo vio? A veces, bien Mariaje, bien José Miguel, pueriles, aspaventosos, lo sacaban a colación en su presencia. ¿Te acuerdas del pez negro que trajo el aita, que traje yo, del mar? Pero era en vano. Al Nuco el congrio de metro y pico de longitud no le dejó ninguna imagen en la memoria. José Miguel entró una mañana de domingo en la vivienda con el animal alrededor del cuello como un echarpe viscoso y el convencimiento de que estaba a punto de causarle al niño una impresión para toda la vida. Primero sostuvo el pez en posición vertical delante del Nuco con la idea de que este se asombrara de su tamaño; después, hecho una rosca, lo depositó sobre la mesa de la cocina y se apresuró a explicar: No pienses que es una culebra. El Nuco le tomó reparo al congrio y no quiso tocarlo. Tampoco es que a la criatura la venciera el miedo; quizá un poco la repugnancia antes de perder todo interés por la novedad. Mariaje solía decir que les había salido un niño demasiado pacífico y no ocultaba el temor de que algún día, cuando llegase a la edad escolar, los compañeros de clase abusaran de su docilidad y hallasen gusto en meterse con él.

Por las noches, acostado el niño, José Miguel gustaba de contarle historias, entretenerlo con versos y refranes, cantarle canciones infantiles, tararearle melodías. No era raro que saliese de la habitación enternecido. Maitia, prométeme que nunca le pegaremos; si hace una trastada, tendremos paciencia; le diremos sin levantar la voz, despacio y con calma, lo que ha hecho mal; le daremos las explicaciones que hagan falta, ¿de acuerdo?

Por supuesto. En esta casa no se pega a nadie.

Sentado en una silla, junto a la cama, José Miguel le contó al Nuco cómo se había producido la captura del congrio. Créeme que ha sido todo lo contrario de fácil. Y aleteaba con las manos y ponía los ojos grandes a fin de darle suspense a la narración. Las aguas se veían tan agitadas que los cuatro amigos estuvieron en un tris de no zarpar. Ya antes de salir a mar abierto, el barco oscilaba como un columpio loco, pero a mí no me importa porque yo no me mareo. Eso, no marearte, es lo primero que deberás aprender si quieres que un día te llevemos con nosotros. A cada instante teníamos que agarrarnos a la borda para no caer. De repente, José Miguel advirtió que el extremo de la caña se encorvaba. Sería cerca de las doce de la noche, y él y sus amigos tenían previsto pescar hasta el amanecer. Se avistaban a lo lejos los puntos de luz de un pueblo de la costa. Y con los bandazos del barco, parecía que aquel racimo de destellos subía y bajaba en la noche negra. José Miguel no tuvo duda de que una pieza grande había mordido en el anzuelo.



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